Etiquetas

, , ,

Se acerca otro verano, y cuando éste llegue, se cumplirá un año del día que me di cuenta de que ya sólo llevo la pelota a la playa para apoyar la cabeza.

Sin duda, uno de los días más importantes de mi vida.

Parece una tontería, lo sé. No lo es. Fue uno de esos momentos en los que necesito parar, respirar hondo, y tras decir entredientes alguna palabra malsonante, obligarme a pensar en otra cosa. Dolió. Casi tanto como la muerte de Lord Eddard, o como el 2-6.

No es tan fácil de digerir. Unas semanas antes me había comprado uno de esos balones de 6 euros de Decathlon que los aspirantes a exfutbolistas utilizamos para hacer el ridículo en la playa con los amigos. El ridículo sí, digo bien. Esa pelota me acompañó hasta la arena varios días, durante los cuales terminó inevitablemente debajo de la toalla y siendo complemento perfecto para mi cogote.

Pero esa tarde fue distinta, cuando dejé caer la pelota en la arena se paró el tiempo. Se me quedó mirando. Podía identificar perfectamente la marca que mi cabeza había dejado marcada en ella. Se estaba riendo de mí.

Y me dijo:

– Ya no estas para estos trotes amigo.

beach ball 2

No sabía de quién se mofaba. Y sucedió:

– Chavales hoy no hay siesta. HOY PACHANGA.

Error.

Ya fuera por mi ímpetu, o porque mi cara se parecía a la de Jack Nicholson en El Resplandor, mis amigos  terminaron cediendo.

Cinco minutos después se mascaba la tragedia. No puedo describir el panorama, pero no por vergüenza, por suerte mi mareo me impide recordar con claridad.

Cuando recuperé el oxígeno busqué la toalla derrotado.

Confuso.

Triste.

¿Qué me ha pasado?

Cerré los ojos e inventé el auto-brainstorming.

Caos.

Cientos de recuerdos inundaron mi cabeza. Todas aquellas cosas que ya no hacía,  las que había empezado a hacer y las que había cambiado. Fue como ver una película.

El domingo anterior había salido a trotar un poco a eso de las 10 de la mañana. Cuando salía por las noches no era el mismo, me quejaba de la música y en cuanto tomaba el tercer Jägermeister mi vista fallaba y huía corriendo a casa. Las resacas, acababa de descubrir lo que eran; terribles e infinitas…

Tampoco es tan grave, pensé. Pequeñas cosas. Todavía tengo arreglo.

Pero llegó un último cliché. El definitivo: Mi madre y yo, en la misma playa, el día anterior a las 11 de la mañana, cogiendo conchas para rellenar un jarrón nuevo del salón de casa.

Como comprenderán, si tienes 16 años estas cosas duelen, avergüenzan. Y yo, a pesar de tener unos cuantos más, después de la intensa carcajada que me había dedicado la pelota que ahora volvía a descansar  bajo mi cabeza, me sentí frustrado.

¿Qué me ha pasado?

Abrí los ojos como platos, me levanté, y eché a correr hacía el mar como alma que mueve el diablo. Quince años otra vez. Podía volar.

kid running

El agua fría envolvió mi cuerpo cuando “pinché” esa ola, y volví al instituto, a las discotecas de por la tarde y a preocuparme únicamente de qué hacer el próximo viernes.

Fue un momento muy corto, pero estupendo.

Cuando me quité el agua de los ojos media docena de personas me miraban boquiabiertas. Sentí vergüenza, fijé los ojos en la arena y comencé mi lamentable calvario de vuelta a la toalla.

O no.

Me sentía muy aliviado.

Eché a reír a carcajada limpia.

Entonces lo entendí. Todo iba bien.

No está tan mal correr de vez en cuando los domingos. Lo de la música en los bares no es culpa mía, el declive es espantoso. Las resacas se llevan bastante bien con el deporte de turno, y si no, Multicine y a dormir. Aquel jarrón de conchas había quedado cojoestupendo y con la pelota debajo de la cabeza se leen de maravilla esas novelas que tanto me gustan para la playa.

Y si en algún momento esto no me llena, siempre podré echar a correr hacia el agua, preguntar si falta mucho, o beber hasta perder el control. Y así  volver a cuando quiera.

Supongo que por eso se dice los mayores son los más niños, porque cada vez se necesita más volver para recordar.

“El tiempo es un niño que juega como un niño. Yo soy uno pero contrapuesto a mí mismo soy joven y viejo al mismo tiempo.»

Carl Jung

Dani.